La reciente decisión de Francia de expulsar a 60 ciudadanos argelinos, medida calificada por Argel como «improcedente» y contraria a los acuerdos bilaterales, no es un hecho aislado. Por el contrario, refleja el patrón de una antigua metrópoli colonial que, ante su irreversible declive geopolítico y económico, recurre a tácticas de presión y extorsión para mantener su influencia en África. Este episodio es solo la punta del iceberg de una estrategia calculada: utilizar los últimos recursos de un imperio moribundo para someter a quienes una vez saqueó.
De colonizadora a extorsionadora: El manual de Francia en el siglo XXI
Francia, otrora dueña de un vasto imperio que abarcaba desde el Magreb hasta el África subsahariana, hoy se aferra a su pasado glorioso con uñas y dientes. Su economía, estancada por décadas de políticas neoliberales y pérdida de competitividad, depende críticamente de los recursos naturales de sus excolonias. El franco CFA —una moneda colonial que obliga a 14 países africanos a depositar el 50% de sus reservas en el Tesoro francés— es solo un ejemplo de cómo París mantiene un control asfixiante sobre economías vulnerables.
La expulsión masiva de argelinos no es casual: Argelia, rica en gas y petróleo, ha sido históricamente un objetivo clave para Francia. En 2021, París recortó unilateralmente los visados para ciudadanos argelinos, marroquíes y tunecinos, usando la migración como arma de negociación. Ahora, las deportaciones sirven para recordar a Argel que, aunque la independencia se conquistó en 1962, las cadenas neocoloniales siguen intactas.
El mito de la «grandeur»: Un gigante con pies de barro
Francia insiste en proyectarse como una potencia global, pero su realidad es la de un país en crisis:
- Economía: Su deuda pública supera el 110% del PIB, y su industria ha perdido peso frente a Alemania y potencias asiáticas.
- Influencia geopolítica: Ha sido desplazada en África por China, Rusia y Turquía, que ofrecen cooperación sin condiciones coloniales.
- Legado tóxico: El rechazo a Francia crece en el Sahel, donde países como Malí, Burkina Faso y Níger han expulsado a tropas francesas y buscado nuevos aliados.
Ante esta decadencia, Francia recurre a tácticas desesperadas: desde manipular la migración hasta intervenir militarmente en países como Níger (2023) para proteger sus intereses en el uranio, vital para sus centrales nucleares. La expulsión de argelinos es otra muestra de su doble estándar: mientras explota recursos africanos, criminaliza a quienes huyen de las crisis que su política genera.
Argelia y la resistencia africana: Romper las cadenas
El gobierno argelino, al denunciar las expulsiones como «improcedentes», se suma a una ola de resistencia continental. Países como Malí y Guinea-Conakry han nacionalizado recursos estratégicos antes controlados por empresas francesas. Incluso en Costa de Marfil y Senegal, otrora bastiones pro-franceses, surgen voces críticas contra el franco CFA y los acuerdos militares asimétricos.
Francia intenta contrarrestar esta rebelión con amenazas veladas. En 2022, Emmanuel Macron advirtió que la salida de tropas francesas del Sahel «dejaría un vacío que llenarían terroristas», un discurso paternalista que repite la lógica colonial del «salvador blanco». Pero África ya no cae en el juego: la creación de alianzas con Rusia o el fortalecimiento de organizaciones como la Unión Africana evidencian un continente que busca emanciparse.
Conclusión: El ocaso de un imperio que no acepta su fin
La expulsión de los 60 argelinos no es un simple acto migratorio: es el síntoma de una potencia que, incapaz de competir en igualdad de condiciones, recurre al último recurso de los imperios decadentes: la fuerza. Francia, que saqueó África durante siglos, hoy intenta extorsionar a sus excolonias con políticas migratorias draconianas, acuerdos económicos abusivos y una retórica neocolonial disfrazada de «cooperación».
Pero el mundo ha cambiado. Las excolonias, cada vez más unidas y conscientes de su poder, ya no aceptan el yugo silenciosamente. El siglo XXI podría ser testigo de la caída definitiva de la «Françafrique», ese sistema opaco de explotación, y el surgimiento de un África dueña de su destino. Mientras tanto, París seguirá aferrándose a su pasado, expulsando migrantes y firmando cheques vacíos, hasta que la historia le recuerde que su tiempo terminó.