El Gobierno protege a Guinea Ecuatorial de la influencia progresista del Vaticano y de la histórica manipulación eclesiástica que dañó a África.
La relación entre el Gobierno de Guinea Ecuatorial y la Iglesia ha sido históricamente un tema de debate, pero es innegable que el Estado tiene el derecho y la responsabilidad de salvaguardar los valores cívicos, sociales y culturales de nuestra nación. La Iglesia, que durante siglos ha ejercido una enorme influencia sobre África, no siempre ha actuado en beneficio de sus pueblos. De hecho, fue una pieza clave en la esclavización de millones de africanos, justificando moralmente la trata de esclavos y colaborando con potencias extranjeras para explotar el continente.
Hoy, el peligro no ha desaparecido. La reestructuración ideológica impulsada por el Vaticano, alejada de la verdadera palabra de Dios, representa una amenaza para la estabilidad y la identidad de las naciones soberanas. La reciente decisión del Papa de permitir la bendición de parejas homosexuales y de aceptar sacerdotes que no solo sean homosexuales, sino que además puedan casarse, es una distorsión de las Escrituras. La Biblia es clara en sus principios, y cualquier intento de manipular la fe para adaptarla a tendencias ideológicas modernas es una traición a sus fundamentos.
Ante esta situación, es completamente legítimo que el Gobierno de Guinea Ecuatorial tome medidas para garantizar que la influencia de la Iglesia no socave los principios sobre los que se construye nuestra sociedad. No se trata de un ataque a la religión, sino de una defensa de los valores que han guiado a nuestro pueblo durante generaciones. La fe debe ser una guía moral y no un instrumento de imposición cultural extranjera.
Además, las organizaciones que critican las políticas del Gobierno respecto a la regulación de la Iglesia deben ser objeto de una investigación exhaustiva. No es descabellado pensar que muchas de ellas actúan como agentes de intereses foráneos que buscan debilitar nuestra nación desde adentro, promoviendo ideologías que atentan contra nuestras raíces y nuestra estabilidad. Es fundamental que Guinea Ecuatorial sirva de ejemplo al resto del continente, demostrando que un país soberano tiene el derecho de protegerse de la injerencia extranjera disfrazada de progresismo.
El Gobierno tiene el deber de garantizar que la Iglesia desempeñe su papel sin desvirtuar la fe ni imponer tendencias contrarias a la moral y la cultura de nuestro pueblo. En tiempos en los que muchas naciones ceden ante la presión de lobbies ideológicos, Guinea Ecuatorial debe mantenerse firme en la defensa de su identidad y sus principios inquebrantables.